sábado, 27 de diciembre de 2014

El silencio

Le gustaba hablar con el silencio. Quedarse a solas. Por eso la noche le parecía tan bonita. Porque era silenciosa, tranquila, oscura.

El silencio a veces es la mejor compañía. No necesita cubrir el aire con vagos sonidos, ni mencionar el color de las nubes para no sentirse incómodo. No necesita hacer preguntas, no necesita explicarse. No quiere que se note su presencia, pero está en su misma naturaleza resultar evidente. Y cuando lo es, resulta tan indeseado, tan incómodo y vacío, que las personas, cobardes y miedicas, sienten la necesidad de elevar sus voces, de juzgar y desear en voz alta, sin querer ni comprender los sonidos del silencio.

El silencio abraza, comprende, cubre; como el manto que nos cubría por las noches cuando éramos pequeños, temerosos de la oscura y complaciente noche.

El silencio abruma, desespera, altera; pero sabe alzarnos la voz, sabe mantener una conversación y sabe llevarnos al interior, allí donde hablamos más alto, allí. Sabes tú cuál es ese lugar. Porque te has oído tantas veces, y te han escuchado tan pocas, que conoces mejor tu interior que el mundo que te rodea.

El silencio te escucha y te somete, te obliga a reconocer que existe. El silencio atrapa, hipnotiza. Hace ruido, chasquea los dedos, te despierta y te enmudece.

El silencio lo llevamos todos dentro.
Demasiado ruidoso.