martes, 30 de octubre de 2012

Datnulov

Se echó sobre la hierba y esperó a que ésta creciera entre sus axilas hasta hacerle cosquillas en la espalda. Sentía el calor del sol abrasándole la espalda, dejando tan solo intacta la piel que estaba cubierta por la camiseta de tirantes. Se giró sobre sí misma apoyando la espalda y todo el peso de su cuerpo sobre la hierba verde, de cosquillas, de risas, seca, punzante, y alcanzó a ver el cielo, allá lejos, en algún lugar donde no hay lugares ni existen los temores. Echando la cabeza hacia atrás, levantó las cejas y la luz del sol se coló por sus pupilas, haciendo que el iris pareciera más grande, como un universo alrededor de un agujero negro. Entrecerró los espejos del alma y apuntó hacia otro lado, esperando divisar alguna forma entre las nubes. Todas eran blancas, salvo por los matices grises que las acompañaban y las perfilaban, de costado, de frente, desde arriba hacia abajo. Movió los dedos y levantó el blanco brazo hacia las nubes, hacia el cielo. No consiguió atrapar nada, tan solo un puñado de aire que se le escapó entre los dedos. Alargó la mano aún más e intentó atrapar un pedazo de diente de león que osó cruzarse en su camino danzando, burlándose de las leyes de la gravedad, pero no consiguió atrapar a ese ser que parecía libre.
Inspirando profundamente, más de mil millones de partículas se colaron por su nariz hacia sus pulmones, haciendo que el pecho se le levantara hacia las nubes blancas con matices grises. Mientras inhalaba, entrecerró aún más los ojos hasta cerrarlos por completo y consiguió percibir unos puntitos rojos y azules. Eran la marca del sol dentro de sus párpados. Suspirando, exhalando los millones de partículas llamadas aire, movió los ojos, aún cerrados, hacia la izquierda y hacia arriba, haciendo danzar los puntitos de colores dentro de sus párpados. Divertida, abrió los ojos y se encontró con la inquisitiva mirada del sol, que volvía a generar un mar de color en sus ojos, haciendo el iris aún más pequeño. Disfrutando del placer de respirar, volvió a levantar el brazo y perfiló con su dedo el tamaño, pequeño y falso, de una nube que se encontraba muy a la derecha del sol. Parecía tímida, escondida entre sus compañeras. Esta vez no dejó que el sol se entrometiera. Giró el cuello hacia la derecha para apreciar mejor la forma de la nube y poder perfilar mejor con los dedos el tamaño de aquel trozo de azúcar blanco.
De pronto divisó la forma de un dragón enorme con unos dientes afilados y dos colmillos que surgían de su boca, de la nada, de una nube blanca. Divisó también los ojos, y las escamas, y el cuello, ¡y el cuerpo de aquel dragón tan grande y majestuoso! Vio cómo el dragón le guiñaba el ojo y se escondía detrás de un cuerpo de azúcar más grande que él, temeroso de ser visto más que en aquel único instante. Fascinada, ella se incorporó en seguida y alargó los dos brazos desnudos hacia el cielo, queriendo atrapar al dragón, queriendo subirse a su espalda, riendo, gritando, enseñando también sus dientes de color marfil, no tan blancos como los del dragón. A carcajadas, consiguió reconocer una de las escamas del dragón, que se escondía entre el perfil de una nube aún más grande que la anterior. ¿Dónde se había marchado ese dragón?, ¿por qué no la dejaba subirse a su grande y largo cuerpo?
"Quisiera saber cuál es el tamaño de sus alas y cómo consigue esconderse entre esas paredes de azúcar", pensó ella, sentada como estaba, sin apartar la vista de aquel trocito de nube donde había visto aparecer al dragón. "Quizá nos volvamos a encontrar".

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